No habrá paz en el mundo con los estómagos vacíos
La frase del título pertenece a Norman Borlaug, Premio Nobel de La Paz y llamado el padre de la revolución verde, porque descubrió los trigos enanos y con ellos dio pan a México, Paquistan e India y a numerosos países pobres
BUENOS AIRES (NAP) La revolución verde de los años 50 fue uno de los grandes fracasos de la humanidad. Así lo cree Stephen Emmott, el científico de mayor impacto de la nueva era, que en el documental Ten Billion señalaba la utilización masiva de fertilizantes y herbicidas como uno de los grandes males de la situación actual de colapso alimentario. Pero, ¿quién es el padre de la revolución verde y, de rebote, de la agricultura moderna? ¿quién es el gran señalado? El científico Norman Borlaug.
Este doctor en patología vegetal era un genetista convencido. “No habrá paz en el mundo con los estómagos vacíos” fue su lección de vida antes de morir a los 95 años de edad a causa de un cáncer. En su afán por alcanzar esa paz no dudó en llevar a la biotecnología hasta los límites de lo ético motivado por resolver el problema de la escasez de alimentos en los países pobres.
Gracias al uso de las semillas híbridas en 10 años acabó con el problema de las cosechas de trigo devastadas por los mohos en México y en 5 años multiplicó por diez las cosechas de trigo en la India y Pakistán, países afectados por la hambruna, consignó un trabajo publicado por Yahoo noticias.
En definitiva, logró conrear con éxito el mismo trigo en partes tan distintas del mundo como México e India. Un trigo nacido de la ciencia y no de la agricultura local. Sus logros en la segunda mitad del siglo XX como enviado de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) fueron honrados con el Premio Nobel en 1970. Y como no existía un Nobel específico para la agricultura se decidió que el Nobel de la Paz era el que mejor se ajustaba tal y como pasó en 1949 con Lord Boyd Orr.
“Más que ninguna otra persona de esta era, ha ayudado a proporcionar pan a un mundo hambriento”, dijo el comité. “Hay que dar a la agricultura y la ganadería prioridad de inversión sobre todos los demás sectores. Si hay cooperación mundial, la humanidad no pasará hambre”, dijo él.
Entonces, ¿por qué nadie llora la muerte del hombre que salvó a mil millones de vidas?
Es curioso, pero cuando le recordaban que era conocido como “el padre de la Revolución Verde”, el científico se mostraba reacio a aceptar el título: “Es un término miserable”, decía años antes de su muerte. Era como si supiera que con los años cada vez habría más dudas sobre el peaje de alimentar al mundo. Una idea adoptada por el monstruo de la agricultura transgénica, Monsanto.
Lo que en los 60 eran ventajas en la actualidad son inconvenientes infranqueables si por lo que se quiere apostar es por empoderar a los agricultores locales. Por eso la revolución verde ya aglutina tantos críticos como defensores ahora que la segunda revolución verde en África empieza a demostrar síntomas de debilidad.
Estos son los 5 puntos en contra de la primera revolución verde engendrada por Norman Borlaug.
La Revolución Verde agudizó la división entre agricultores ricos y campesinos pobres. Tal y como explica la revista política Viento Sur, “la primera Revolución Verde, promovió la agricultura industrial a través de “paquetes tecnológicos” que incluían semillas híbridas, fertilizantes, pesticidas y sistemas de riego.
El alto costo de estos insumos profundizó la diferencia entre los latifundistas y los campesinos, porque los campesinos no podían pagar la tecnología. Tanto en México como en India, los estudios revelan que los caros “paquetes tecnológicos” de la Revolución Verde favorecieron exclusivamente a la minoría de terratenientes ricos y colocó a los campesinos en una situación desfavorable”(Noticias AgroPecuarias).