Lo que piensa el Papa (y la iglesia) sobre el consumo y la naturaleza

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El obispo de Lomas de Zamora y amigo personal de Francisco explica la esencia de la última encíclica papal, que sorprendió al mundo por su enfoque humano y ambientalista.

BUENOS AIRES (NAP). Monseñor Jorge Ruben Lugones es el obispo de la diócesis de Lomas de Zamora y fue el encargado de presentar la encíclica ‘Laudato sí’ del papa Francisco en junio, en Mar del Plata. Allí, bajo el lema ‘¿Globalización de la indiferencia o globalización de la solidaridad?’ se realizó la Semana Social, organizada por el Obispado de Mar del Plata y la Comisión Episcopal de Pastoral Social.

En el encuentro, el obispo Lugones expresó la esencia de ‘Laudato sí’ (palabra del dialecto umbro que en castellano significa ‘loado seas’), cuyo tema central es el cuidado del ambiente y el rescate de los valores humanos, tales como la generosidad y el tener en cuenta al otro.

Al igual que el Papa, Lugones (el que está con la mano alzada en la foto de apertura) es jesuita y fue ordenado obispo en 1999 por el propio Jorge Bergoglio, tras lo cual se hizo cargo de la sede de Orán, Salta. Llegó a la diócesis de Lomas de Zamora en 2008. En la Conferencia Episcopal es miembro de la comisión de Comunicación Social y suplente del delegado de la Región Pastoral Buenos Aires. Es profesor de Filosofía y licenciado en Teología.

El obispo fue entrevistado por la periodista Lorena López, editora de la revista de la Fundación Vida Silvestre (www.vidasilvestre.org.ar). La nota la reproducimos en NAP.

Pregunta: ¿Esta Encíclica propone un nuevo paradigma de justicia?

M. Lugones: Se trata de hacer visible la relación de los pobres con la fragilidad del Planeta, donde se pueden observar diversos dramas ambientales como una naturaleza que alimenta a los ricos pero que está vedada para los pobres. Como es bien sabido, el Papa Francisco ha recorrido exhaustivamente las villas, siempre con la intención de recuperarlas como un hábitat de vecindad pese a la falta de recursos y al flagelo de la droga. En este sentido, la Encíclica habla de una crisis socioambiental donde se conjugan el maltrato a la naturaleza y la exclusión social más palpable. Por ejemplo, en algunos de los asentamientos de nuestra diócesis, tenemos niños con alto nivel de plomo en sangre debido a los desbordes del Riachuelo que al retirarse deja metales pesados contaminantes.

P: ¿A qué se refiere el término “conversión ecológica”?

M.L: Tiene que ver con la forma en que todos nos vamos concientizando sobre los recursos naturales.  Un pobre ve, por ejemplo, que una canilla pública pierde un hilo de agua que representa 60 litros por día (agua que muchas veces él no tiene), mientras otros dejan la ducha abierta mientras hablan por teléfono. En este contexto, la educación juega un rol clave, donde se debe enseñar a cuidar el ambiente y a respetar y a interesarse por el otro. Estas primeras enseñanzas deben empezar en el hogar porque es allí donde se construye nuestra forma de pensar y de ver el mundo.

P: ¿Cómo ve el rol de Latinoamérica dentro de este paradigma?

M.L.: El Papa menciona que el Norte es quien más contamina y más gasta, mientras que el Sur es quien posee la mayor riqueza natural y además contamina menos… Yo creo que el gran tema es la generosidad, cuando la gente de los países más poderosos se dé cuenta de que hay algo más allá de lo económico y de ganar dinero. Nosotros vemos que Latinoamérica poco a poco se está desarrollando y que hay una conciencia más fuerte acerca de cuidar el ambiente… Al mismo tiempo, también hay una mirada negadora sobre la exclusión, donde no se quiere ver al marginado. Esto es lo que ocurre en Argentina, que es un país rico que vive una desigualdad extrema, donde un barrio cerrado de lujo está al lado de un asentamiento con gente que no tiene los servicios mínimos o que tiene agua pero contaminada.

P: ¿Y a nivel internacional?

M. L: En los foros internacionales muchos líderes “miran para otro lado” o solo dan discursos políticamente correctos pero no se suman a los protocolos de cuidado ambiental. Cuando el Papa habla de un desarrollo integral se refiere a la unión latinoamericana para ser fuertes, con trabajo desde la base. La clave es trabajar de forma interrelacionada e interdisciplinaria, de lo contrario cada organización se queda aislada y pierde fuerza.

P: ¿Con qué organizaciones trabaja la Iglesia?

M. L.: Trabajamos para interpretar y valorar las creencias populares,  como la devoción a la Virgen de Caacupé o de Copacabana, San Cayetano, San Expedito y muchas otras; todas nos llevan a Cristo, porque cuando uno no ve estos valores culturales, se cierra y se debilita. Es muy importante el trabajo interinstitucional y aquí la Iglesia juega un rol esencial al acompañar a los organismos que manejan temas puntuales y de interés para la gente, como ONGs o centros barriales, con el polo empresario, algunos gremios y el Estado. Por ejemplo, aquí trabajamos con el Foro Hídrico de Lomas de Zamora,  que es quien mejor conoce la cuenca de esta zona y de todos los problemas hídricos que hay.

P: Una parte de la Encíclica dice: “Cuando las personas se vuelven autorreferenciales acrecientan su voracidad porque mientras más vacío está el corazón, más necesita objetos para consumir. Por eso, no pensemos sólo en la posibilidad de  desastres naturales sino también en catástrofes derivadas de crisis sociales, porque la obsesión por un estilo de vida consumista sólo podrá provocar violencia y destrucción”. Ahora ¿Cómo se hace para cambiar esta forma de vida?

M.L.: Con pequeñas acciones cotidianas: haciéndole bien a un vecino o dejando el paso en el tránsito hoy tan alocado. Juan XXIII decía: “Solo por hoy”. Y esto significa: “Solo por hoy voy a sonreír, a no insultar, a ser paciente, o a ser amoroso”. Este es el primer principio social: tener en cuenta al otro. Yo no puedo ver un chico desnutrido y que no me importe. Estas cosas no solo me tienen que conmocionar sino compadecer, como lo dice el Evangelio de Jesús, “se compadecía” (padecer junto a), es decir, pasar a la acción. Implicarme con el otro.

P: Es una gran mirada sobre la Humanidad pero a veces parece que hay personas a las que este mensaje no les llega ni les interesa…

M.L.: Uno ha visto caer glaciares. ¿Por qué no corazones endurecidos? Todos queremos que las cosas cambien lo más rápido posible, pero los procesos llevan su tiempo y hay que iniciarlos aunque quizás nosotros no veamos los resultados.

P: Entonces, ¿el cambio comienza desde el interior de cada uno?

M. L.: Así es. El cambio ocurre según cómo cada uno trabaje consigo mismo para ser mejor persona. Esto no significa abandonar la propia estima, porque si uno no tiene autoestima no puede ayudar al otro. Pero recordemos que la felicidad verdadera surge cuando yo me brindo a un otro. Y aunque no pueda ayudar, al menos puedo escucharlo o tomarlo de la mano. ●

Algunos puntos clave de la Encíclica papal

Las raíces éticas de los problemas ambientales nos invitan a encon­trar soluciones  en un cambio del ser humano: pasar del consumo al sacrificio, de la avidez a la generosidad, del desperdicio a la capacidad de compartir.

Si nos acercamos a la naturaleza sin maravillarnos nuestras actitudes serán las del consumi­dor y del explotador. Si nos sentimos íntimamente unidos a todo lo que existe el cuidado brotará de modo espontáneo.

La verdadera sabiduría, producto de la reflexión y del encuentro entre las perso­nas, no se consigue con una mera acumulación de datos que termina obnubilando. Los medios permiten que nos comuniquemos pero impiden tomar contacto con la angustia, con la alegría del otro y con la complejidad de su experiencia personal.

Un verdadero planteo ecológico se convier­te siempre en un planteo social. Se debe escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres.

No puede ser real un sentimiento de unión con los demás seres de la naturaleza si en el corazón no hay ternura y compasión por los seres huma­nos. Es  incoherente quien lucha contra el tráfico de animales pero permanece indiferen­te ante la trata de personas destruye a otro ser huma­no que le desagrada.

La fuerza de la ley no será suficiente para evitar los comportamientos que afectan al ambiente porque cuando es la cultura la que se corrompe y ya no se reconoce alguna verdad objetiva, las leyes sólo son impo­siciones arbitrarias y obstáculos a evitar.

Podemos descubrir que la diversificación de una producción más innovativa y con menor im­pacto ambiental, puede ser muy rentable.

Cuando las personas se vuelven autorre­ferenciales acrecientan su voracidad. Mientras más vacío está el corazón, más necesita ob­jetos para poseer y consumir.

El hecho de reutilizar algo en lugar de desecharlo puede ser un acto de amor que exprese nuestra propia dignidad. Estos comportamien­tos nos devuelve el sentimiento de la dig­nidad,  nos permite experimentar que vale la pena pasar por este mundo.

La crisis ecológica es un llamado a una profunda conversión interior. Muchos suelen burlarse de las preocupaciones por el medio ambiente. Otros son pasivos, no se deciden a cambiar sus hábitos y se vuelven incoherentes. Les hace falta enton­ces una conversión ecológica.

La natura­leza está llena de palabras de amor, pero ¿cómo podremos escucharlas en medio del ruido cons­tante, de la distracción permanente y ansiosa, o del culto a la apariencia?

El cuidado de la naturaleza es parte de un estilo de vida que implica capacidad de conviven­cia y de comunión. Hace falta volver a sentir que nos necesi­tamos unos a otros, que tenemos una responsa­bilidad por los demás y por el mundo, que vale la pena ser buenos y honestos.

(Noticias AgroPecuarias)

 

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